Esta es la noche más especial para mí, desde que tenía 8 años. Y os quiero contar porqué lo es.
Cuando tenía 8 años, unas niñas en mi clase me contaron que los reyes no existían, que eran los padres. La que se montó en clase, madre mía, había dos bandos, las pro-reyes y las pro-papás. Casi llegamos a darnos tortas, que es como se resolvían entonces las cuestiones importantes, como debe ser.
Al final, nadie convenció a nadie, por supuesto, y cada una se fue a su casa, convencida de que llevaba la razón. O al menos en apariencia, porque la sombra de la duda estaba ahí, al fin y al cabo, lo que decía Mari Cris, la pedorra que me lo contó (nunca se lo he perdonado), tenía cierta lógica, y su teoría explicaba todas las cosas raras que hacían los Reyes Magos cada 5 de enero…como subir con tres camellos a un 5º piso por el balcón, pudiendo usar el ascensor, su extraña afición a beberse la copa de coñac que les dejaba preparada en la mesa de la cocina, y dejar intacta la leche, que estaba muchísimo más rica…que año tras año se les olvidara dejarme el scalextric, y eso que lo escribía en mayúsculas y subrayado, y a cambio me trajeran un estuche birrioso para el cole que desde luego yo no había pedido…
Dispuesta a resolver el misterio de una buena vez, llegué a casa, tiré la mochila en la entrada y me fui directa a mi madre, que estaba en la cocina preparando la comida. No me anduve con rodeos, me planté delante de ella y muy seria le dije: - Mami, te voy a hacer una pregunta, pero me tienes que decir la verdad. Si le sorprendió, la verdad es que lo disimuló muy bien, porque con naturalidad me dijo que le preguntara lo que quisiera. – Vale, ¿es verdad que vosotros sois los Reyes?...no quiero mentiras, eh, dime la verdad.
Ahora que soy madre y sé que me tocará pasar por esto algún día, entiendo lo mal que lo debió pasar la pobre. Se quedó callada unos segundos, y acercándose a mi, me acarició la cara y me dijo:
-¿Seguro que quieres la verdad? Joder, me temblaban las piernas, pero asentí con la cabeza, con el ceño fruncido, haciéndome la dura.
-Pues sí hija, los Reyes somos los padres.
Ya estaba, lo había dicho, y no había vuelta atrás; Mari Cris tenía razón y yo era una imbécil. Reaccioné bastante bien, sólo tardé tres segundos en ponerme a llorar como una Magdalena.
En estas, llegó mi padre a casa. Al encontrase aquel drama montado, y recibir las explicaciones de lo que había ocurrido, hizo lo que hacía muchas veces, meneó la cabeza con una media sonrisa en la boca, y me dijo que dejara de llorar y pusiera la mesa para comer.
No se volvió a mencionar el tema, comimos, después me volví al cole, toda taciturna (ya entonces gastaba malas pulgas), y por supuesto, me guardé mucho de confesarle mucho a la pedorra mi descubrimiento, antes muerta que reconocer una derrota así.
Llegaron las vacaciones de Navidad, y la noche del 5 de enero. Yo ni había escrito la carta, ¿para qué?, ya no tenía sentido. Como tenía sobrinos pequeños, hacía ver que todo estaba igual, para no chafarles a ellos la ilusión, pero no era lo mismo, esa noche pensaba dormir por primera vez como un lirón, vaya que sí.
Sin embargo, mi padre me tenía reservada una sorpresa, para esa noche. Cuando llegó la hora de irme a dormir, y ya me disponía a despedirme con mi beso de todas las noches, él me dijo: - No, hija, esta noche tenemos trabajo. Mi madre sonreía, con el abrigo puesto, esperándonos en la puerta de casa.
Esa noche, con 8 añitos recién cumplidos, me convertí en Rey Mago. Mis padres me dejaron elegir los regalos para mis hermanos, mis sobrinos, primos, los suyos…(mis regalos no, lástima, porque hubiera caído el scalextric fijo). Fue maravilloso, era como estar haciendo una travesura por la que nadie te va a castigar, sino al revés. Cuando esa noche me acosté, casi a la una de la madrugada, creo que era la cría más feliz de Zaragoza.
Esa noche aprendí dos cosas, entonces no lo supe, claro, con esa edad no te das cuenta, pero lo he sabido después. La primera, que tuve unos padres maravillosos, que supieron transformar una desilusión en algo que no he olvidado ni olvidaré nunca. La segunda cosa que aprendí, es que siempre es mucho mejor dar que recibir.
Pd. Al que se le ocurra hacer alguna bromita con esto último de "dar y recibir", los Reyes Magos le traerán carbón este año, ya sabéis que tengo mano en este asunto.
Leer más
Cuando tenía 8 años, unas niñas en mi clase me contaron que los reyes no existían, que eran los padres. La que se montó en clase, madre mía, había dos bandos, las pro-reyes y las pro-papás. Casi llegamos a darnos tortas, que es como se resolvían entonces las cuestiones importantes, como debe ser.
Al final, nadie convenció a nadie, por supuesto, y cada una se fue a su casa, convencida de que llevaba la razón. O al menos en apariencia, porque la sombra de la duda estaba ahí, al fin y al cabo, lo que decía Mari Cris, la pedorra que me lo contó (nunca se lo he perdonado), tenía cierta lógica, y su teoría explicaba todas las cosas raras que hacían los Reyes Magos cada 5 de enero…como subir con tres camellos a un 5º piso por el balcón, pudiendo usar el ascensor, su extraña afición a beberse la copa de coñac que les dejaba preparada en la mesa de la cocina, y dejar intacta la leche, que estaba muchísimo más rica…que año tras año se les olvidara dejarme el scalextric, y eso que lo escribía en mayúsculas y subrayado, y a cambio me trajeran un estuche birrioso para el cole que desde luego yo no había pedido…
Dispuesta a resolver el misterio de una buena vez, llegué a casa, tiré la mochila en la entrada y me fui directa a mi madre, que estaba en la cocina preparando la comida. No me anduve con rodeos, me planté delante de ella y muy seria le dije: - Mami, te voy a hacer una pregunta, pero me tienes que decir la verdad. Si le sorprendió, la verdad es que lo disimuló muy bien, porque con naturalidad me dijo que le preguntara lo que quisiera. – Vale, ¿es verdad que vosotros sois los Reyes?...no quiero mentiras, eh, dime la verdad.
Ahora que soy madre y sé que me tocará pasar por esto algún día, entiendo lo mal que lo debió pasar la pobre. Se quedó callada unos segundos, y acercándose a mi, me acarició la cara y me dijo:
-¿Seguro que quieres la verdad? Joder, me temblaban las piernas, pero asentí con la cabeza, con el ceño fruncido, haciéndome la dura.
-Pues sí hija, los Reyes somos los padres.
Ya estaba, lo había dicho, y no había vuelta atrás; Mari Cris tenía razón y yo era una imbécil. Reaccioné bastante bien, sólo tardé tres segundos en ponerme a llorar como una Magdalena.
En estas, llegó mi padre a casa. Al encontrase aquel drama montado, y recibir las explicaciones de lo que había ocurrido, hizo lo que hacía muchas veces, meneó la cabeza con una media sonrisa en la boca, y me dijo que dejara de llorar y pusiera la mesa para comer.
No se volvió a mencionar el tema, comimos, después me volví al cole, toda taciturna (ya entonces gastaba malas pulgas), y por supuesto, me guardé mucho de confesarle mucho a la pedorra mi descubrimiento, antes muerta que reconocer una derrota así.
Llegaron las vacaciones de Navidad, y la noche del 5 de enero. Yo ni había escrito la carta, ¿para qué?, ya no tenía sentido. Como tenía sobrinos pequeños, hacía ver que todo estaba igual, para no chafarles a ellos la ilusión, pero no era lo mismo, esa noche pensaba dormir por primera vez como un lirón, vaya que sí.
Sin embargo, mi padre me tenía reservada una sorpresa, para esa noche. Cuando llegó la hora de irme a dormir, y ya me disponía a despedirme con mi beso de todas las noches, él me dijo: - No, hija, esta noche tenemos trabajo. Mi madre sonreía, con el abrigo puesto, esperándonos en la puerta de casa.
Esa noche, con 8 añitos recién cumplidos, me convertí en Rey Mago. Mis padres me dejaron elegir los regalos para mis hermanos, mis sobrinos, primos, los suyos…(mis regalos no, lástima, porque hubiera caído el scalextric fijo). Fue maravilloso, era como estar haciendo una travesura por la que nadie te va a castigar, sino al revés. Cuando esa noche me acosté, casi a la una de la madrugada, creo que era la cría más feliz de Zaragoza.
Esa noche aprendí dos cosas, entonces no lo supe, claro, con esa edad no te das cuenta, pero lo he sabido después. La primera, que tuve unos padres maravillosos, que supieron transformar una desilusión en algo que no he olvidado ni olvidaré nunca. La segunda cosa que aprendí, es que siempre es mucho mejor dar que recibir.
Pd. Al que se le ocurra hacer alguna bromita con esto último de "dar y recibir", los Reyes Magos le traerán carbón este año, ya sabéis que tengo mano en este asunto.